martes, 16 de abril de 2013

Lo que el río ve


La puntilla
UNAI OIARTZUN

“Vulnerant omnes, ultima necat”, reza la frase del campanario de la iglesia de Urruña (“Todas hieren, la última mata”). Algo así le ha ocurrido al Real Unión con los árbitros en la presente temporada. Los de Irun han sufrido puntuales equivocaciones arbitrales, que han ido castigando y desgastando al equipo de manera pausada pero continua. El equipo ha sido capaz de seguir adelante pese a todo y así ha llegado, a trompicones, vivo a la fase final del campeonato. Pero el último error, el escandaloso error del sábado pasado, ha acabado por rematar al equipo y a la afición txuribeltz. La rabia, la impotencia y la desolación afloraron de nuevo, esta vez de manera desatada, primero antes del penalti, y también después del pitido final. Habrá que ver las consecuencias que todo ello pueda acarrear.
            Los comentarios previos al encuentro coincidían en la similitud de la jornada con cualquier vibrante choque de fase de ascenso. La tarde soleada, el césped en perfecto estado, el estadio más lleno de lo habitual y el único rival catalán del grupo, recordaban sin duda a aquellas históricas tardes de play-off. La entidad y la calidad de los contendientes también estaba a la altura y se puso de manifiesto desde el principio. Una primera parte abierta, de toma y daca, dejó la emoción para la segunda, pero mostrando a un Real Unión muy capaz de amarrar los tres puntos. El equipo visitante estuvo cerca de adelantarse y el local debió hacerlo, con el gol anulado por fuera de juego en el minuto cuatro.  El segundo acto no hizo más que confirmar el buen estado de los de Idiakez. El mismo Toni Seligrat, técnico del Lleida, admitió que ningún equipo había dominado al equipo catalán como lo hizo el Unión antes del gol.
            La superioridad de los locales dejó en evidencia a todo un Lleida y la inclusión de Lambarri en el ataque desencadenó un bombardeo letal. Dos ocasiones precedieron al tanto unionista, que llegó tras un contragolpe perfecto. Kijera luchó y robó el balón, cabalgó como suele por la banda izquierda y puso un pase medido al área pequeña, donde solo el nueve podía llegar. Lambarri remató a placer y compartió la celebración con la afición. Lo más difícil estaba hecho y quedaban dos opciones. Arriesgar de manera descarada a por el segundo tanto, o dar un paso atrás y centrarse en no encajar el empate. Idiakez apostó por lo segundo y el equipo cumplió con su trabajo.  Cerró bien los espacios y paró cada acometida del rival, sin pasar ningún apuro hasta pasado el minuto ochenta. Fue entonces cuando, a menos de diez minutos para el final, el público empezó a percibir un sospechoso cambio en la conducta del trencilla, que desembocó en el garrafal error que condenaría al Real Unión. Una mano, inexistente, de Iker Gabarain, propició el empate del conjunto catalán.
            Lo que siguió a la decisión arbitral, incluyendo el post partido, no se había visto en mucho tiempo en el Stadium Gal. La situación se descontroló, se le fue de las manos al colegiado, con su carrusel de tarjetas, y al propio Imanol Idiakez, que no aguantó el golpe y vio como la gota desbordaba el vaso. El cabreo fue general y la pitada, monumental. Al Real Unión le robaron la última bala. No se puede decir que los txuribeltz no vayan a estar entre los cuatro primeros por culpa de los árbitros, pero la realidad es que han supuesto un enorme contratiempo para un equipo sobrado de dificultades económicas y deportivas. Poco más se puede pedir a este grupo de jugadores, que han demostrado con creces su profesionalidad y su compromiso. Quedan cinco jornadas en las que ocurrirá lo que tenga que ocurrir, pero la afición puede estar muy orgullosa del trabajo de su Real Unión.

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